viernes, 18 de octubre de 2013

Confesión nocturna 1

El siguiente relato tiene por motivo desahogarme, botar ese ardiente y oscuro secreto que llevo ya hace años.
Yo llevaba dos años ya, viviendo en la frontera entre Paraguay y Argentina. En una pequeña ciudad llamada Clorinda, aunque era una ciudad argentina, a veces parecían mas paraguaya.
Allí me dedicaba ha cambiar dólares, a transar dinero. Recorría las calles día y noche, dándole a los viajeros una y otra moneda. La mayoría eran comerciantes que matuteaban por la frontera, otros jóvenes de farra por Paraguay, y tambien algunos turistas medios perdidos.
Vender dólares en una frontera te permite conocer a muchos, no te mentiría si te dijera que conos a mas de un millón de personas, bueno, no me acuerdo de  todos ellos, de algunos si, otros nunca los volví a ver.
Por los noventa la gente estaba loca, la mariguana era la preferida de las masas, la policía era fácilmente sobornable y la política se llevaba las noticias.
Muchos logramos mucho dinero en esos años, años prósperos, como los de Menem, años de gel fijador en el pelo, ternos ajustados y militares en los diarios.
            Una calurosa tarde de diciembre, en esos extraños días entre navidad y año nuevo, apareció una mujer por la avenida España. De pelo rubio, liso, de contextura delgada, seguro tenia raíces brasileñas. Se llamaba Gilda, Gilda Silveira, Gilda la de Paraguay. Vestía un delgado vestido de una pieza, algo Hippy, de color blanco y con detalles de crochet.
Buscaba dólares, tenia en los ojos algo de preocupación. Cada billete que me paso estaba arrugado, tenían ese aspecto a devaluación, a billete ahorrado en una caja de zapatos.
Intente hablar con ella, pero no quiso, apenas me miraba, no se si por desprecio o por timidez, pero sus ojos se perdían en suelo.
            Pensé que no volvería verla, pero el destino en ocasiones nos sorprende o mejor dicho, nos da una oportunidad.
Tomaba mi cerveza de la noche, en la posada del terminal, cuando llego.eElla, tenia frio, lo podía notar, entro nerviosa, algo asustada y se sentó en la barra,
Por un instante no la reconocí, pero enseguida sentí ese clic, esa sensación rara de darte cuenta que la conoces. Dude en acercarme a ella, no quería asustarla, pensé  que se imaginaria que soy un loco o que la seguía, o algo así.
Espere a que ella me mirara, luego levante las cejas como si estuviese sorprendido y la salude desde lejos, luego, cuando ella me respondió con una tierna sonrisa de alivio, ese alivio de encontrar a alguien por lo menos conocido, me acerque,
  le pregunte de inmediato del porque estaba allí, tan tarde, es extraño que un turista se quede acá, ella, algo resignada me dijo; “Es que perdí el bus, llegue 20 minutos tarde y ya se había ido, no pude desocuparme antes y ahora no se que voy hacer”
Mi primer instinto fue el de llevármela casa y cuidarla, te prometo que jamás se me paso por la cabeza seducirla, pero quizás ella lo entendió así y sentí su molestia.
Ofrecí llevarla a un buen hotel, cerca del centro, para que no pasara peligro, ofrecí escoltarla como un caballero. ofrecí ser un buen compañero. Luego de un par de cervezas y varias risas, nos fuimos haciendo amigos, me conto de sus padres, testigos de jehová que pasaban el día entero recorriendo las calles evangelizando a todos, intentando llevarlos al camino de la salvación.
Yo le conté de mi escape de Chile, de alguna que otra novia y exagere un poco sobre mi pasado de izquierdista.
La lleve al hotel Embajador, creerás  por el nombre que es un lugar de elegancia, pero no es mas una pensión de construcción tosca, de hormigón pintado con colores rojo oscuro y damasco crema, con carteles chorreando información.
Al otro día Ella llego a buscarme, Ella apareció por la calle con ese look de protagonista de teleserie de la tarde, parecía tan delicada que me provocaba el protegerla…


Continuara…